El calvario de doña Ana María de Iturbide, Emperatriz de México, se prolongó casi cuarenta años. Mientras las alas ponían fin a la vida de su marido en Padilla, ella esperaba ansiosa, a bordo del bergantín Spring, que el gobierno de México resolviese su destino y el de sus nueve desventurados hijos y un décimo que esperaba.
La Asamblea dispuso que la familia marchase a Colombia, señalando a la viuda una pensión anual de 8.000 pesos. Pero como no se encontró un barco que pudiera en aquellos días efectuar el transporte, se les autorizó para trasladarse a Estados Unidos como lugar más cercano, país que en lo sucesivo sería su residencia habitual.
En Nueva Orleáns nació el hijo postumo de Don Agustín de Iturbide, don Agustín Cosme, que, internos los hijos mayores en diferentes colegios, quedó con su madre primero en Baltimore y después en una casa pequeña de Georgetown, en las afueras de Washington.
En el convento de la Visitación de dicha población se conservan diversos retratos y recuerdos de la familia exiliada, pues la viuda de Don Agustín de Iturbide pasó muchos ratos en el convento – donde profesó su hija Juana – buscando en los consuelos de la religión un alivio a sus penalidades. Se le asignó una celda y también un lugar en el coro y en el refectorio para cuando quisiera asistir.
Deseando, por devoción, llevar el hábito de la Visitación, casi siempre lo vestía en la clausura, aunque no fuera de ella. Ana María regaló a la sacristía el traje usado en su coronación, de material entretejido de oro y plata, del que se hicieron ornamentos y relicarios. Desaparecían así los últimos vestigios de su pasado como emperatriz, ya que algunas de las joyas habían tenido que ser vendidas en Liorna o Londres para sufragar la manutención de la familia.
Finalmente, la antigua soberana y sus hijas se instalaron en Filadelfia, mientras los hijos proseguían sus estudios en diversos lugares. En 1847 ya vivía allí doña Ana María de Iturbide, cuya situación debía de ser precaria, pues desde hacía algunos meses no recibía la asignación acordada por el gobierno mexicano a la viuda del ex jefe del Estado. El 17 de febrero de 1848, el presidente de Estados Unidos, James Polk, consintió en recibir galantemente a la emperatriz en desgracia y anotó en su diario:
Alrededor de las 12 me visitó madame Iturbide, la viuda del que fue emperador de México. La recibí en el salón. La acompañaba miss White, sobrina del difunto general Van Ness, que actuó de intérprete pues madame Iturbide no hablaba inglés. Le interesaba verme respecto a su pensión del gobierno mexicano, que se le concedió a la muerte de su esposo. La dije que hablaría al secretario de Estado, pero a causa de la guerra entre nuestros países no veo cómo solucionar lo que pide. Madame es una persona interesante.
Ana María tuvo la desgracia de perder a dos de sus hijas, Juana, la monja, y su fiel acompañante María Jesús, conocida como Chucha. Tuvo también la gran alegría de ver a su hijo Salvador casado con una guapa y distinguida mexicana, doña Rosario de Marzán. En cambio, no aprobó el matrimonio de otro hijo, Ángel, con una norteamericana, Alicia Green, de carácter fuerte e imperioso. Por una vez, doña Ana María actuó como emperatriz. Escribió a su hijo:
Ángel:
Tu hermana Sabina me ha dicho que por fin has resuelto casarte el sábado. Esta resolución que has tomado me da claramente a conocer que tu cabeza no está en su lugar. Ruego a Dios que llegue esta carta a tus manos a tiempo para ver si te hace retraer del paso que vas a dar. Pero si contra toda mi voluntad estás resuelto a desobedecerme, jamás quiero que siquiera me mientes a esta mujer; y si alguna vez vienes a verme, te exijo palabra de honor por mi tranquilidad y tu decoro de no presentármela nunca. Adiós, Ángel. Ponte en lugar de esta tu afligida,
Por ulteriores cartas de Sabina de Iturbide a su hermano don Angel se deduce que su madre siguió inflexible en su prevención justificada contra su nuera Alicia.
En noviembre de 1849, la viuda de Don Agustín de Iturbide adquirió una cripta del cementerio de la iglesia de San Juan Evangelista, en Filadelfía, como panteón de familia. Bajo una cruz, sólo se grabó en ella:
Pocos podían sospechar que las siglas correspondían al nombre Ana María Huarte anteriormente emperatriz de México y el sepulcro a una familia imperial.
En 1861, doña Ana contaba 79 años. El 21 de marzo falleció de hidropesía, rodeada de sus hijos Sabina, Josefa y Agustín Cosme. Una carta de este último a su hermano Angel, el rebelde, nos da alguna noticia sobre el entierro:
Muy decente y muy callado, se hizo todo como sin duda ella hubiera deseado. El doctor Peace se encargó de todo y además, este buen amigo de la familia, porque no puede dársele otro nombre, nos ha franqueado el dinero para pagar los gastos del entierro, para hacernos el luto, etc., pues creerás que nuestra mamá sólo dejó un peso y cinco centavos, con lo cual se le dijeron dos misas. En el banco mamá tenía ocho acciones y algunas alhajas están guardadas hasta que ustedes lleguen, pues mamá no dejó testamento, por eso nada se ha tocado hasta saber el parecer de ustedes. Te incluyo una trenza de mamacita; es grande por si Agustín Jerónimo quisiera un pedacito.
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