casa imperial de Mexico

Doña Josefa

La princesa Josefa eligió el camino de la dignidad y no abandonaba al segundo Imperio. Vivía en su palacio de México y había seguido, angustiada, el curso de las discusiones con su cuñada.

Repetidas veces se había dirigido por carta al confesor del emperador expresándole la esperanza de que Maximiliano «se libraría de los sicofantes de su séquito y permanecería en su puesto».

Ella, que había sido dos veces princesa, sabría estar a la altura de las circunstancias. Se había conquistado la simpatía de los emperadores, que le escribían, por ejemplo:

      Mi querida Pepa:
Tenga usted la bondad de venir con nosotros a misa a la una menos cuarto. Le ruego acuda con mantilla o velo de encaje a la mexicana, que tenemos costumbre de llevar siempre el domingo.
      Su buena prima,

CARLOTA

En el decreto del Emperador de 16 de septiembre de 1865 “La tía Pepa”, era distinguida con otro honor:

Palacio Imperial de México

      Querida prima:
            Queriendo haceros patente nuestro particular afecto, tenemos el gusto de enviaros por la presente las insignias de la Gran Cruz de Nuestra Orden Imperial de San Carlos.
      Recibid los sentimientos de aprecio con que somos sus afectísimos.

MAXIMILIANO Y CARLOTA

Sólo cuando las tropas francesas, que apuntalaban el trono de Maximiliano, según los proyectos de Napoleón III, se dispusieron a dejar el país, Josefa, tras consultar con palacio, se resolvió a abandonar México y empezó a ocuparse de su partida para Europa.

En los últimos días de su vida, prisionero, enfermo y ya sentenciado a muerte, el emperador Maximiliano envió a la princesa de Iturbide una sentida carta de despedida. Poco después, su cuerpo caía acribillado a balazos por un pelotón de ejecución, exactamente como había caído su padre, cuarenta y dos años y once meses antes, el primer emperador mexicano, Agustín de Iturbide.

La relación entre Josefa y la emperatriz viuda, Carlota, se mantuvo siempre —hasta la demencia total de ésta— en términos amistosos, y cariñosos. El 23 de abril de 1868 escribía desde Bélgica la ex soberana:

      Mi queridísima amiga:
            Le mando un recuerdo de nuestro amado emperador, porque sé que es usted digna de poseerlo. Le adjunto otros dos para sus sobrinos, Salvador y Agustín, de quienes fue tutor, y cuando el segundo sea mayor, estoy segura que lo apreciará.
      No necesito decirle cuánto gusto me dio saber de la pensión regular que recibe Salvador, del pequeño Agustín y las demás noticias que me dio usted. Le adjunto también una pequeña medalla de plata, que bendijo el Papa, y le suplico la use en recuerdo mío y de nuestra madre universal. Confío en que tendrá usted la amabilidad de mandar las otras dos, en mi nombre, a Agustín y Salvador, y espero que ambos la usarán como recuerdo mío y para que queden bajo la protección de la Santísima Virgen.
      Quedo, mi querida amiga, su afectísima amiga y prima,

CARLOTA

Ignoramos en qué fecha regresó la princesa de Iturbide a México, cuando ya era la única con vida entre tantos hijos e hijas de Agustín I y la emperatriz Ana María.

El fallecimiento de la anciana princesa, que contaba 81 años, ocurrió el 5 de diciembre de 1891 y El Tiempo, diario de México, publicó la noticia siguiente:

      Ha fallecido doña Josefa de Iturbide, la única de todos los hijos del emperador Agustin de Iturbide que sobrevivía.
      Sus postreros años los pasó en esta capital, enteramente retraída, saliendo pocas veces de su habitación del Hotel Comonfort, donde habitaba.
      Vivía acompañada de criadas. Su carácter era grave, como era natural, no pudiendo olvidar el crimen inicuo que la hizo huérfana.
      Varios gobiernos hicieron justicia a la princesa Iturbide, decretando se le pagase una regular pensión, que era el único recurso con que contaba. Josefa y la llenó de atenciones.
      Duró pocos días la gravedad, aunque llevaba tiempo de padecer algunos males. Expiró como creyente, con todos los sacramentos de la Iglesia.
      Pocos amigos concurrieron al entierro. El cortejo fúnebre fue modesto y sencillo, quedando inhumado su cuerpo en el Panteón de la Villa de Guadalupe.
      ¡Quiera el cielo que la muerte de la última hija del hombre a quien debemos patria destruya para siempre el injusto odio que ficticiamente se excita en las clases ignorantes contra el nombre esclarecido de Iturbide, y que el abandono en que murió su última hija sea la última manifestación de la injusticia de México para con la familia de su más grande héroe!

Así terminó su vida Josefa de Iturbide, a quien el destino elevó por dos veces al rango de princesa mexicana.