De manera vertiginosa debieron de pasar ante él las escenas de la proclamación de su padre como emperador, la solemne coronación cuando él mismo se había convertido ya en importantísimo personaje del Imperio; la sesión inaugural de la Orden de Guadalupe, cuando su padre le condecoró como príncipe imperial; el bautizo de su hermano el príncipe Felipe, del que fue padrino…
Antes de regresar a México, su padre le dejó estudiando en el colegio de Ampleforth, la famosa escuela anglo-católica romana en Yorkshire, y se despidió con una carta en la que le recomendaba ser “un buen hijo, un buen hermano, un buen patriota para desempeñar dignamente los cargos que la Providencia divina te destina”. Se adivinaba de su lectura que Iturbide soñaba en que algún día México podría quizás volver los ojos hacia su primogénito.
A los veinte años, Agustín pasó a Colombia donde permaneció hasta 1830 a las órdenes del libertador Simón Bolívar, de quien fue nombrado ayudante, y que lo estimaba mucho.
Pero Bolívar, que sólo deseaba amparar a un joven valiente en desgracia, ante una reclamación del ministro de Relaciones Exteriores mexicano, mandó decir que “calmase el ánimo, pues este asunto no le competía por mil razones”.
Iturbide, joven de una serenidad notable para su edad, acompañó a Bolívar hasta los últimos momentos de su vida. En el informe oficial sobre la muerte del héroe (Boletín de la Academia Nacional de la Historia, no 104. Caracas) se explica que “jugó a la manilla, apoyado en su edecán Iturbide… que a poco le ayudó a subir la escalera antes de acostarse”.
Bolívar falleció el 17 de diciembre de 1830 y Agustín Jerónimo regresó a su patria. El Congreso mexicano había levantado la proscripción de la antigua familia imperial y en marzo de 1831 el ex príncipe heredero fue nombrado secretario de la legación de México en Estados Unidos, con un sueldo de 3.500 pesos anuales; desempeñó el cargo hasta el 29 de marzo de 1833. Al día siguiente fue trasladado a Londres con el mismo sueldo y en 1835 pasó a desempeñar las funciones de encargado de negocios, hasta 1838.
Refieren algunos historiadores que Agustín Jerónimo luchó como ayudante del general Valencia durante la guerra con Estados Unidos, y que en la batalla de Padierna se puso al frente de los soldados del regimiento de Celaya, del que fue jefe su padre, y les arengó, diciéndoles: “¡Conmigo, muchachos: mi padre fue el padre de nuestra independencia!”. Pero como Agustín Jerónimo y el menor de sus hermanos -el nacido cuando ya doña Ana María era viuda y se hallaba desterrada, llevaban el nombre de Agustín, resulta que todos esos ilustres historiadores han sufrido un error y el episodio anterior hace referencia no al primogénito del emperador, sino al hijo postumo, que fue quien sirvió en las armas mexicanas y luchó en la guerra mencionada, mientras su hermano se dedicaba a la diplomacia.
Agustín Jerónimo, el príncipe imperial, no contrajo matrimonio y falleció en Nueva York el 11 de diciembre de 1866; fue enterrado en Filadelfia junto a su madre. A pesar de que el príncipe imperial nunca se casó es alegado que tuvo una hija ilegitima con una mujer desconocida. Esta hija ilegitima después se casó con Nicolás Fernandez de Pireola quién subsecuentemente se convirtió en el presidente de la República del Peru